Al final de cada día hemos tomado muchas decisiones. ¿Cuántas son conscientemente y cuántas son por automatismo? La mayoría de las decisiones no son, por suerte, irrevocables pero sí marcan una tendencia en nuestra vida.
Sólo en la medida en que vivimos en conexión con el momento presente, somos conscientes de lo que decidimos.
Un ejemplo para darnos cuenta de que no hablamos de cuestiones trascendentales y muy cotidianas: cada día tomo un café a media mañana. Y puede que un día sienta que me convendría más una infusión o un café descafeinado. Por motivos tan diarios como las prisas y los hábitos adquiridos, seguimos tomando café, ignorando lo que el cuerpo nos pide. ¿Te ha pasado alguna vez alguna situación parecida?
Podríamos poner otros muchos ejemplos. La cuestión es que detrás de cada decisión siempre hay consecuencias, seamos conscientes de ello o no. Cada vez que decidimos, estamos renunciando a algo y existe algún efecto colateral.
El tema del artículo es importante porque actualmente los y las terapeutas nos encontramos con malestares interiores y frustraciones fruto de decisiones que no se han tomado con total conciencia o se han dejado en manos de los demás, como puede ser la decisión de tener o no tener hijos, continuar un trabajo poco gratificante, evitar hablar con una persona sin recordar el motivo del porqué no nos hablamos, decidir separarse o juntarse con alguien, comprar un coche por encima de nuestras posibilidades. … Y podría alargar la lista con todo tipo de casuísticas.
Cuando tengo presente que mi decisión tiene un precio, puedo valorar si realmente me compensa con todas las consecuencias y puedo tomar precauciones para minimizar el impacto en el entorno y en mí.
También las decisiones que pueden ser favorables a mi presente situación tienen precio. Por ejemplo, poner límites a los hijos e hijas tiene un coste emocional e implica una coherencia personal no siempre fácil de mantener, reciclar bien o no cuidar del planeta, escuchar una recomendación o no hacer caso.
Cuando somos conscientes del precio de nuestra decisión, tenemos una forma de hacer diferente en el entorno. Para empezar actuamos con serenidad sin reacción y lo que es más sanador: yo me hago responsable de mi vida. Dejo de lado el juicio por la acción de las demás personas y puedo aprender lo que me conviene para otra situación similar.
En definitiva, cuando decido con conciencia y actúo con consecuencia asumo el precio de mi decisión y vivo la vida con la paz que da estar en paz con uno mismo, una misma.
Síguenos en las redes sociales:
Contáctanos: