¿CÓMO PODEMOS ACOMPAñAR A UNA PERSONA QUERIDA CON UNA ENFERMEDAD GRAVE?

Cuando recibimos la noticia de que una persona amada tiene una enfermedad grave, alguna parte de nosotros se altera y se dispara un tsunami de emociones. Podemos sentir desde incredulidad (como si a nosotros no tuviera que tocarnos esta lotería), miedo, tristeza y cierta sensación de impotencia porque estamos en manos de profesionales que, de entrada, son desconocidos para nosotros.

Existe un intento natural de positivismo, de lucha y de no aceptación. Sin quererlo, podemos ser un obstáculo para la enferma porque lo primero que necesita es expresar y compartir toda la mezcla emocional que vivimos. Es el momento de sufrimiento, más allá del posible dolor físico. Y es momento de dejar espacio y tiempo para sentar el impacto recibido, sin prisas y con una actitud de apertura a la otra y escucha activa. A menudo, el único, y lo más valioso, que podemos ofrecer es tanto abrazo como sea necesario y escuchar, sosteniendo sus miedos, inquietudes, tristezas y rabia que, de hecho, son también los nuestros. En la medida en que nos amamos tal y como somos, podremos dar la estima que la otra persona necesita. En la medida en que sepamos silenciar nuestra mente, escucharemos lo que necesita.

El ritmo lo marca la persona que padece la enfermedad. Se pone a prueba nuestra flexibilidad y buena disposición. Sólo en la medida en que nos conectemos con nuestras emociones, las sentimos y nos permitamos expresarlas en los espacios adecuados, podemos ser una buena compañía para la persona enferma.

En paralelo, comienza un seguido de pruebas, visitas médicas, dudas e incertidumbres. La evidencia se va concretando y sólo existe la alternativa de aceptar la realidad. Todo el entorno necesitamos adaptarnos a las exigencias que la enfermedad impone. Esto nos vuelve a llevar a la necesidad de cuidar de nosotros. No podemos sostener su dolor si no nos miramos con ternura y si no escuchamos nuestro propio diálogo interior.

Tarde o temprano aparece la sombra de la muerte. Y, en el fondo, es nuestra perspectiva de la muerte la que abrirá la puerta a hablar de ello. Es necesario respetar el ritmo, la vivencia y la necesidad de quien sufre la enfermedad para hablar de la muerte. Un libro o una visita médica puede ser el inicio de una conversación sanadora. Y, otra vez, si no lo consigo busco ayuda. En cualquier caso, evitar hablar de la muerte sólo acentúa los miedos y la incertidumbre. Evitamos ser un obstáculo en el camino de crecimiento de la persona que sufre. Hablar es sólo un síntoma de madurez, un reconocer nuestra vulnerabilidad y compartirla. Hay profesionales que publican en redes como Enric Benito o el Dr. Manel Sans que han acompañado a mucha gente en el proceso del traspaso y que investigan las experiencias cercanas a la muerte. La mirada cambia. La muerte puede ser una aliada que nos recuerda cómo vivo la vida y cómo la quiero vivir.

Todo el proceso es intenso y tan transformador como nosotros estemos disponibles. En cualquier caso, es una posibilidad única de vivir con la persona amada lo más personal e intransferible que es la vida.

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