La confianza va ligada a soltar la necesidad de control. Cuando confiamos, sentimos que la vida fluye y tenemos la percepción de vivir en un espacio seguro. Aumenta la conciencia y podemos tener una mirada serena de las circunstancias que nos toca vivir.
Paralelamente, el yo o ego busca sentirse poderoso porque necesita reafirmarse en su sensación de existencia. Nos hace creer que si controlamos, dirigimos lo que ocurre. Y mientras creemos que controlamos, se aleja la frustración. Por eso, podemos comprender lo fácil que es dejarnos llevar por la fuerza del ego.
De forma natural, surge el deseo de controlar. El control nace de la necesidad de seguridad y autoafirmación. Sin embargo, más que otorgar seguridad, lo que genera es sufrimiento. El control es puramente un espejismo. Sabemos que en nuestra vida lo único permanente es el cambio. Es un absurdo pretender controlar.
La vida nos baja del pedestal que nuestra fantasía había construido, nos muestra la falacia de la idea de omnipotencia que nos habíamos forjado con el ego y nos invita a soltar las riendas y a abandonar el control. Nos recoloca en la verdad y nos pone ante nuestra impotencia: tenemos limitaciones y carencias que sólo pueden curarse y completarse si nos trabajamos con conciencia.
Gracias al sentimiento de impotencia, podemos tomar conciencia de que somos seres completos, si nos permitimos el ejercicio de sentir las emociones sin otra opción que vivirlas, sin busc
ar controlarlas o eliminarlas. Sólo vivirlas.
Cuando vivimos, fluimos con lo que hay, soltamos la tensión y nos abandonamos a una sabiduría mayor que nuestra mente limitada es incapaz de captar.
Por poner una comparación, la ola del mar siempre es mar. Nos parecería absurdo que se creyera que sólo es ola y renuncias a ser mar. Su esencia es ser agua. Nosotros, con las prisas y nuestro ritmo de vida, desconectados y desconectadas de nuestra esencia, creemos que lo importante es ser ola y olvidemos que somos agua de una inmensidad infinita, el mar.
Hay otro factor que nos influye en confiar y también va ligado a la mente: nos creemos nuestra interpreta
ción de la realidad y confundimos realidad e interpretación. Es ahí donde surge la necesidad de ser conscientes de nuestro propio diálogo interior. Como decía Epictet, un filósofo del primer siglo, «no es lo que nos pasa, sino cómo interpretamos lo que nos pasa lo que nos produce sufrimiento.»
¿Qué circunstancias vives en ese momento? ¿Qué te dices?
Lo contrario de tener el control es soltar para fluir. Fluir es aceptar cada momento, sin querer cambiar nada. Cuando aceptamos estamos en paz con nosotros y dejamos de tener necesidad de cambiar nada ni a nadie.
¿Qué hay que en ese momento te hace infeliz? Si te observas, te darás cuenta de que lo que te llamas es lo que realmente te hace sufrir. Busca pensamientos positivos y poco a poco cambiará tu perspectiva.
Cuando me quedo enrocada me ayuda saber que puedo elegir entre ser feliz y vivir en paz o dejar que el sufrimiento originado en la mente domine mi vida.
¿Qué eliges?
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