El conflicto es consustancial a las relaciones humanas. En cambio, es frecuente sentir temor al conflicto y sentir la incapacidad para gestionarlo de manera constructiva. Así pues, el conflicto asusta, genera creencias catastrofistas y negatividad.
Es saludable recordar que más allá de nuestras individualidades, existen «hilos que no son visibles» que nos conectan con los que nos rodean. El entramado de los hilos es la relación que tiene una entidad propia. Por eso es necesario poner el foco en la relación, en todo, no en cada individuo. Es necesario insistir en que, en una situación de conflicto, conviene no personalizar en un individuo concreto. El conflicto afecta a todos, toca la relación como entidad.
Está bien recordar que, en los grupos en los que se da una relación sana, se alcanzan altos niveles de positividad y bajos niveles de toxicidad, las personas se sienten cómodas expresando opiniones aunque puedan generar conflicto. Es posible salir de las zonas de confort, hay mayor inteligencia emocional y social.
Por lo tanto, cuando dejamos de querer evitar el conflicto y nos esforzamos en procesarlo de manera constructiva, se abren oportunidades de aprendizaje, crecimiento y desarrollo.
Cuando existen conflictos, aparecen las toxinas. Las toxinas son patrones de comunicación nada saludables que tienden a generar un impacto negativo en nosotros, los demás y el entorno. Aparecen cuando no gestionamos adecuadamente los conflictos.
Todos podemos ejercerlas. Y de hecho son muy habituales, también cuando criticamos a alguien a sus espaldas. Cuando actuamos desde las toxinas ponemos en marcha comportamientos tóxicos y, básicamente, nos posicionamos en el ‘hacer’, en vez del ‘ser’.
John Gottman nombró a las 4 toxinas más frecuentes, «los cuatro jinetes del apocalipsis de las relaciones» o las toxinas de la comunicación: culpa, defensa, desprecio y pasividad.
Cuando nos relacionamos con las toxinas, el campo emocional se calienta, el conflicto tiende a escalar y, cuando esto ocurre, la solución se hace más difícil. Perdemos el sentido del valor de estar juntos, de los objetivos que nos unen y cualquier excusa es la chispa para realizar la situación más compleja. Automáticamente, las críticas y acusaciones dejan muy dañadas las relaciones.
¿Qué podemos aprender de las toxinas? Por una parte es que podemos desactivarlas y, por otra, toda toxina quiere intentar expresar algo más positivo de lo que aparenta.
Hay que tener en cuenta que la forma en que las personas se comportan en situaciones conflictivas no representa lo que son, no recoge la totalidad de su ser.
A nivell muy resumido, las cuatro toxinas más habituales son:
• La culpa: de hecho, es un ataque agresivo a la persona, no a su comportamiento, es una forma de acoso y un intento de dominación con exigencia.
• El menosprecio: incluye chistes ofensivos, sarcasmo, cinismo, insulto, etc. con distinto grado de intensidad. Especialmente el desprecio perjudica a la persona que lo recibe como a quien lo provoca, y a todo el entorno.
•La defensa: es una forma de encerrarse a la influencia y desviar la atención que requiere la situació.
• La pasividad: la persona pasiva se siente abrumada (sobrepasada) y opta por ignorar a la persona e incluye el corte de la comunicación, el silencio, la retirada, la desconexión de la relación.
¿Cómo gestionar las toxinas?
Ante todo, es necesario tener conciencia de nuestras toxinas más habituales.
También es necesario darse cuenta de lo que hay detrás de la toxina. Es decir, saber lo que está en peligro para mí que me lleva a relacionarme desde la toxina.
En consecuencia, saneamos la toxina cuando escuchamos activamente y nos expresamos con una intencionalidad de recuperar una comunicación respetuosa, donde explican lo que sucede de forma neutra, describiendo los hechos sin juicio. Y es importante compartir el impacto que tiene en mí la acción del otro.
¿Qué toxina utilizas tú más habitualmente? ¿Qué hay detrás, qué buscas cuando activas esta toxina?
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