TIPS PARA GESTIONAR UNA CONVERSACIÓN DIFÍCIL

Cuando nos encontramos en una situación conflictiva, tarde o temprano terminamos teniendo una conversación difícil. Es difícil porque las emociones se mueven y requiere que desarrollemos nuestras habilidades comunicativas.

En caso de conflicto, uno de los obstáculos para mantener una conversación sana es la disposición a resolver en serio la situación. Nuestro estado de ánimo puede llevarnos a estar más pendientes de demostrar que tenemos razón, es decir, que «queremos ganar», más que encontrar una salida exitosa para todas las partes.

En los casos de una relación que hace tiempo que dura es imposible siempre «ganar» y esto nos genera resentimientos. Sin conciencia y sin una mirada poco asertiva, sólo acabaremos generándonos sufrimiento.

Qué diferente es lo que proyectamos, cuando nuestra actitud busca «querer conseguir un objetivo en el que la otra persona esté de acuerdo».

Hay que tener en cuenta que el 90% de la acritud del conflicto se disuelve si empezamos la conversación exponiendo que: mi propósito es resolver la situación en la que nos encontramos.

Todo buen diálogo comienza con una buena escucha. Y es importante tener conciencia del propósito de nuestra relación: ¿cómo nos enriquece? ¿Qué nos aportamos? ¿Qué compartimos?

Hay 3 aspectos que transformarán el conflicto en una oportunidad:

– Escucha qué dice y siente el otro.

– Explica lo que piensas y sientes.

– Negocia sobre la forma de estar de acuerdo de forma que estén las personas implicadas comprometidas en la resolución de la situación.

LA ESCUCHA DE LO DICE Y SIENTE LA OTRA PERSONA implica evitar juicio y evitar expresar frases que empiecen con «eres…» Es un factor clave en la resolución.

Escuchar activamente nos ayuda recordar que la mente constantemente reinterpreta lo que ocurre, nos hace creer los hechos de forma subjetiva y opinar de lo que hacen o cómo lo hacen los demás provoca justificación y defensa. La crítica, el desprecio, la defensa y la evitación son toxinas que dañan las relaciones.

Escuchar es tener una actitud receptiva hacia el otro, mostrarle que le entendemos, que incluimos en la conversación a la otra persona como oradora válida.

Escuchar nos lleva a 4 acciones básicas:

Primero: callar, evitando completar las frases del otro.

Segundo: animar al otro a hablar, sin interrupciones con preguntas sencillas.

Tercero: comprobar de vez en cuando tu comprensión de lo que escuchas, resumiendo lo que el otro ha dicho en un par de frases. Y haciendo preguntas del estilo: «he entendido esto. ¿Lo he entendido bien?»

Y por último: es importante admitir que tiene sentido lo que dice la persona interlocutora (lo que no implica que estemos de acuerdo). Además, conviene tener en cuenta una serie de aspectos al hablar. Para empezar, es necesario hacer un esfuerzo por poner la atención en el cómo hablamos, más que en el qué, sin presionarnos. Esto implica que primero hemos valorado el mensaje que necesitamos transmitir y que hemos valorado las consecuencias de expresarnos. Asumir las consecuencias es tomar responsabilidad en la relación y tratar al otro como persona adulta que es. Con esta perspectiva podemos aceptar que compartimos una realidad: las partes en conflicto estamos sufriendo o estresadas.

Una conversación compleja necesita ser preparada porque es fácil que caigamos en la costumbre de hablar de forma tóxica, ya que existen muchas emociones en movimiento. De forma inconsciente podemos caer en la falsa creencia de que «la opinión» es lo que cree el otro. Los hechos reales es lo que pienso yo.

Las toxinas se ponen en marcha porque no existe acuerdo. Lo importante es centrarse en lo que puede haber en común. Y es bueno recordar que la toxina más peligrosa es el desprecio. Duele tanto a quien la transmite como a quien la recibe.

Entonces, ¿cómo empezar a hablar sin complicar más la situación? Evitando frases del estilo: «no estoy de acuerdo», «no lo veo así».

Una forma de favorecer la asertividad es expresar que queremos explorar cómo nos sentimos. Lo relevante es explicarse de forma argumentativa con la intención de que nos puedan entender (nada que ver con decirnos con la actitud de tener razón, que implica una actitud de superioridad).

Teniendo en cuenta que primero hemos escuchado y hemos ido confirmando que hemos comprendido correctamente a la otra persona, después de nuestra explicación es saludable preguntar: ¿qué opinas?

Si necesitamos llegar a acuerdos, es imprescindible negociar sobre la forma de estar más alineados y alineadas, salvando las diferencias.

Nos conviene negociar sobre los intereses. Por eso es necesario investigar qué es lo que realmente preocupa a la otra persona. Se trata de ir a otro nivel: ¡qué es valioso para ti!, ¿para mí?, ¿y para los dos?

Por último, es imprescindible llegar a un compromiso. Así, salimos de la «batalla». Un acuerdo de nada sirve si no hay compromiso. ¿Qué es crucial para ti? ¿Qué esperas conseguir con esto?

Por eso es necesario marcar una acción concreta a realizar con unas fechas determinadas. Es necesario acabar estableciendo quién hará y qué hará cada parte. Asegúrate de que existen las garantías de que se cumpla los pactos y de que ponga los medios.

Con intencionalidad positiva y con mucha escucha y siendo muy prudente en el cómo y lo que decimos, transformamos el conflicto en solución.

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